La clase

El pasado viernes acabé mis prácticas como profesor de lengua en un centro de secundaria. En total he estado 10 semanas rodeado de preadolescentes de 1ero de ESO. Primera vez en mi vida. Nunca me ha atraído lo de ser monitor en esos esplais de verano. Tampoco lo de entrenar a un equipo de alguna escuela de fútbol, algo que me han ofrecido más de una vez. Solo sabía que demasiada gente me decía que se me da bien explicar cosas, transmitir aquello que sé, pero yo desconocía si iba a ser capaz de conectar con los alumnos. Pues bien, la realidad es que ya estoy echando de menos a esos chavales y chavalas.
No han sido pocas las veces en estos días en las que me he sorprendido en casa pensando en ellos, en sus bromas, sus carreras, sus expresiones, sus excusas. Cada uno con su estilo, todos distintos y únicos. Antes de adentrarme en el aula creía que el rol de un docente era el de moldear, como si los pobres fueran arcilla que convertir en jarrones. Y nada de eso. Simplemente hay que acompañarles en su crecimiento. Darles herramientas para que se formen a todos los niveles. Y para ello es importantísimo el vínculo.
Y eso es lo que me dice que sí, que me tengo que dedicar a esto. Que ahí tengo mucho ganado. Que ser un adolescente de 29 tacos tiene sus ventajas. Que siguen leyendo y viendo Dragon Ball y One Piece. Que escuchan Nirvana y AC/DC. Que juegan al Zelda. Que tienen un fondo de ordenador de la serie Arcane. Que se entusiasman cuando se dan cuenta de que tengo Discord en el portátil. Que Harry Potter sigue gustando. Y que lo de ser futbolero también suma puntos. Me tienen encandilado.
Con mi historial lo tengo fácil para caerles bien, pero luego queda lo realmente complicado: que confíen en ti. Y es agotador. Es no parar quieto mientras trabajan. Atender mil y una dudas. Agacharte y ponerte a su nivel. Hacerles reflexionar para que encuentren las respuestas. Modular tu tono de voz. Hablar con todos. Conocerles bien y saber cómo van a reaccionar ante cada actividad. Conectar con su realidad. Preocuparte por ellos. Y tener mil ojos.
Eso es lo que más me está llenando. Darles todo lo que tengo. Vaciarme. Salir exhausto del centro después de seis horas de clase. Ver que, con tu ayuda, son capaces de todo, de hacer cosas que ni ellos mismos sabían que podían conseguir. Eso sí, todavía no sé si esta recompensa moral es debida al altruismo o al puro egoísmo, a ese deseo de sentir que estás haciendo algo que te gusta y por lo que te sientes recompensado. Que, más que entregar tu conocimiento de forma solidaria estás cumpliendo esa necesidad personal de no aburrirte mientras trabajas. Supongo que los dos sentimientos confluyen constantemente y es difícil discernir el uno del otro.
Pero es que es inevitable pensar en cómo te lo agradecen todo. En esas actividades que les salen mucho mejor de lo que creían. Esos halagos con sospecha de peloteo. Esos tirones de la manga para que les soluciones alguna cosa antes que cualquier otra persona. Esos cotilleos de amoríos infantiles. Esas mil y una historias de sus barrios, sus casas, sus mascotas. Esas sonrisas y esos abrazos. Sentir que poco a poco formas parte de sus vidas. Uf. Es algo que no había experimentado antes, jamás me había sentido tan valorado y necesario. Lleva mucho esfuerzo, pero nunca había tenido tantas ganas de ir a “trabajar” ni me habían importado tan poco los madrugones.
Sé también que soy un afortunado por vivir una primera experiencia tan bonita. Tengo claro que lo más complicado de la ESO no es precisamente el primer curso, pero ahora es tarde para dejar de lado esa parte ilusa y optimista de mi personalidad. Esta vez, además, creo que está superando a ese yo pragmático tan dominante en mí, esa vocecilla que me dice que me quede como estoy, que me estoy tirando a una piscina sin agua, que en unos meses estaré harto de dar clase.
Y puede ser. Quizás a la que entre en un instituto mucho más conflictivo diga que no es para mí. Pero quiero verlo con mis propios ojos. Porque realmente creo que valgo para esto. Sí, me queda muchísimo camino por recorrer y muchísimo por aprender, pero parece que se me da bien eso de conectar con los alumnos. Que todo es natural y fluido. Que mi carácter encaja más en un aula que no en una redacción. Que quiero verlos en diez años y saber que todo les va bien en la vida. Que sí, que voy a intentar ser profe. ¿Por qué no?