Italia, el flechazo del verano

Néstor Arrabal Martínez
4 min readJul 20, 2021

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Tengo que confesar varias cosas. La primera es grave, un pecado capital digno de un traidor a la patria: quería que Italia ganara a España en semifinales. Dicho esto, el resto no me va a suponer penas de prisión. Empecemos. He cantado más veces en el último mes el Fratelli d’Italia que el Dragostea din tei en el verano de 2004. Me he visto todos y cada uno de los vídeos de los italianos celebrando la Eurocopa. He empezado el documental “Sogno Azzurro” de la RAI sin esperar a que tenga subtítulos en español. Voy a comprarme una camiseta con el 3 de Chiellini. Ya. Está claro, ¿no?, como diría otro hit de los 2000, “no, no es amoooor, lo que tú sientes se llama obsesióóóóón”. Hay que aceptarlo: la Azzurra no se me va de la cabeza. Es mi flechazo del verano.

Lo malo es que a la selección italiana no le faltan pretendientes. Soy partidario de esos amores complicados e incomprendidos y la Azzurra ya no es ese equipo que me elegía en el FIFA 19 con Candreva de carrilero derecho. Ahora es firme candidata a ganar el infame Mundial de Qatar y todo el mundo la adora. En cuatro semanas los italianos han pasado de ser los autores del codazo a Luis Enrique a enamorar al gran público español. Eso sí, tampoco es que fuera algo muy difícil: la temporada futbolística en nuestro país ha sido bastante soporífera. Partidos lentos y aburridos, pocas estrellas en el césped, estadios vacíos y demasiado VAR. Y, por si fuera poco, el único título continental masculino que ha ganado un equipo patrio se lo ha llevado un Villarreal bastante rácano. Así pues, no es de extrañar que, cuando vimos a Insigne clavar ese golazo ante Bélgica llevando el 10 y las medias bajas nos pensáramos que era Maradona reencarnado.

Italia lo ha tenido todo para ser esa chica o chico que vemos cada verano en la playa, el camping o el gimnasio y por el que rezas para que el destino te dé una oportunidad de hablarle. A los de Mancini, pero, no les ha hecho falta ni una conversación, les ha bastado con media sonrisa para volvernos locos: un arreón inicial contra Suiza, una dosis de casta en la prórroga con Austria, veinte minutos de fútbol total ante Bélgica y una segunda parte frente a la odiada Inglaterra que firmaría el Barça de Guardiola. Con tan solo 30 minutos de buen juego cada cuatro o cinco días se han adueñado de nuestras neuronas y de ahí no van a querer salir hasta septiembre, cuando volvamos a ver a nuestro flechazo de la oficina, metro o escalera del piso.

A todo esto, además, hay que añadir el carisma de la Azzurra. Y no lo digo por la ya eterna guapura italiana (aunque es cierto que estos muchachos no pasarán a la historia como los más bellos de la historia de la selección, a excepción de Verratti, por supuesto), sino por lo variopinto de sus personajes, empezando por un cuerpo técnico impecablemente vestido formado por exfutbolistas de la Sampdoria y hasta llegar a Barella acudiendo a una recepción oficial con gafas de sol y un sospechoso termo entre las manos. No hay que olvidarse de Immobile haciéndose el muerto en cuartos, de Chiesa transformado en el mejor jugador del mundo, de un despistado Donnarumma que no se enteró de que habían ganado la Eurocopa, o de Chiellini y Bonucci cantando el himno como si fueran a combatir en las trincheras de la Tercera Guerra Mundial. Italia nos ha dejado muchas melenas bailando en las fiestas del pueblo, numerosas salidas de la playa marcando abdominales e innumerables guiños desde la otra punta del gimnasio. Demasiadas flechas clavadas en nuestros corazones y, cómo no, oro puro para las redes sociales.

Pero como todo amor veraniego, llega el momento de la despedida. En el pueblo de los abuelos empieza a refrescar, el descuento del gimnasio termina y los chiringuitos de la playa ya no sirven mojitos imbebibles. Toca volver a la rutina, olvidarse de los ojazos de Verratti y pensar ya en cómo Ancelotti puede levantar la ceja de esa manera, maldecir las infinitas lesiones de Dembélé o imaginar quién será el Nyom de Bordalás en Valencia. Tendremos que conformarnos con contar a nuestros nietos (si los tenemos) ese verano de pasión post pandémico (visto lo visto habría que quitar ese post) en el que nos enfrascamos en un romance adolescente con una selección cuyo capitán tenía pinta de ser suplente en un equipo de veteranos. ¿Acabará este verano nuestro flechazo? ¿O lo mantendremos hasta el Mundial de Qatar? Todo puede pasar en verano… Ah, no, no, no. Nada de eso. La próxima Copa del Mundo será en invierno. Y yo me pregunto, ¿quién diablos se va a enamorar en invierno?

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Néstor Arrabal Martínez
Néstor Arrabal Martínez

Written by Néstor Arrabal Martínez

Periodista de formación y docente en proceso. Actualmente trabajo en la localización de videojuegos. Series cortas, películas largas y libros en papel.

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