El Madrid y lo inverosímil

Néstor Arrabal Martínez
4 min readMay 5, 2022

Todavía me dura la adrenalina de ayer. No hago otra cosa que no sea mirar vídeos, leer crónicas y compartir tuits y memes. Es un intento de alargar unos momentos que apenas duraron diez minutos, entre el primer gol de Rodrygo y el penalti de Benzema. Unos minutos de pura fantasía, de ruptura total con los esquemas de nuestro mundo. Las polémicas águilas de Tolkien apareciendo para rescatar a cualquier personaje. Matthew McConaughey salvando a la humanidad en Interstellar. El fénix entregándole la espada a Harry Potter para matar al basilisco. Pura inverosimilitud. Deus ex machina.

No sé si es de ser mal madridista, pero yo no confiaba nada en la remontada. Me daban igual los precedentes de esta Champions. Quizás porque soy defensa y siempre pensamos en lo peor. En el minuto 80 le estaba comentado a un amigo por WhatsApp que contra un equipo tan bien trabajado como el City no te sirve solo con la fe. Él me insistía que había tiempo, pero yo no lo veía. Porque los de Guardiola ni siquiera estaban dando espacio para que surgiera la mística. No había plan (como de costumbre) y tampoco había asedio. De hecho, los minutos finales eran una marcha fúnebre, con un Madrid completamente desdibujado, que no salía de su campo, al que el defenestrado Grealish podría haber enterrado. El Bernabéu, del que tanto se habla en estas noches, no es un estadio que apriete demasiado cuando el equipo va por detrás. Si hasta Ancelotti había tirado la toalla y se lo miraba todo sentado desde el banquillo. Lo siento, pero no cuela vender la moto de que todo el mundo sabía que se iba a remontar.

Sí cuela vender la moto de que el partido lo ganan unos locos. Esos que llevaban toda la temporada poniéndonos nerviosos. Un Carvajal que no había dado ni un solo pase bueno en todo el año. Un Camavinga al que Ancelotti había castigado en más de un partido por su fogosidad. Un Rodrygo con sangre de horchata por el que un servidor pedía una cesión. Pero locos los tres. De esos que juegan con el alma. Arriesgándolo todo. Atreviéndose en cada jugada. Eso nunca es fácil de gestionar para el otro equipo. Ver a un rival sin miedo es lo peor que te puede pasar. Y el primer gol se explica así. Camavinga pone una de las primeras bolas a la espalda de la defensa del City de todo el partido. Y Rodrygo va a un primer palo que nadie había atacado antes.

A partir de ahí la leyenda, la mística, el ADN. Se dice que el Madrid gana estos partidos porque ya los ha ganado antes, pero lo de ayer no lo ganan Juanito, Ramos o CR7. Ni siquiera la vieja guardia actual. ¿Cómo heredas eso, entonces? Seguramente la gente del club dirá que es algo que se siente cuando estás allí, que notas cuando te enfundas la camiseta. ¿Un ciclo sin fin que se remonta a 1956? ¿Saben cómo ganar porque ya lo han hecho antes y ya lo han hecho antes porque saben cómo ganar? No tiene ningún sentido. Pero es que, si no es así, ¿cómo explicar esa transformación antinatural que ningún escritor o guionista aceptaría en su historia por inverosímil? ¿Cómo explicar que Carvajal se convierta en un bisonte americano? ¿Que Nacho sea Hierro reencarnado? ¿Que Rodrygo parezca Raúl? ¿Que Camavinga sea, de pronto, el mejor box-to-box de Europa? ¿Que Vallejo, después de todo el año sin jugar, tenga por cabeza el martillo de Thor? ¿Que un Vinicius con rampas se niegue a ser sustituido? ¿Cómo explicar, si no, que el City pierda la eliminatoria con dos balones colgados? ¿Que Rubén Dias, que estaba siendo un muro, cometa un penalti de alevín? ¿Que Fernandinho falle en boca de gol? “La magia del Bernabéu”, dirán.

O la personalidad. Lo comentaba también con otro buen amigo futbolero. En un Madrid en el que Ancelotti es como un colega más (Kroos dijo que les preguntó qué cambios hacer en la prórroga…), estos momentos parece que los gestionan solitos los jugadores. Y eso es peligroso, pero también puede salir bien. Los banquillos son volcanes dormidos que, cuando entran en erupción, contagian a los once que hay en el césped. Y las consignas que damos los que estamos ahí sentados, si el míster nos deja, raramente son tácticas. Van de garra, intensidad y pillería. Todo ello aderezado siempre con una mezcla de insultos y palabras malsonantes que no vale la pena reproducir aquí. Como también me ha dicho hoy otra amiga (he hablado con más gente hoy que en todo el año), nos volvemos imbéciles con el fútbol. ¿Y qué pasó en el banquillo del City? Pues parece que nada de eso. No se volvieron imbéciles. A nadie se le ocurrió pedir a los suyos que fingieran una lesión. O que perdieran más tiempo de la cuenta. He leído que tras el tercer gol del Madrid solo hubo 7 minutos de juego real. La eterna pillería española. El saber estar de los ingleses, tan contrarios siempre a eso de fingir, los condenó. En el fútbol actual sigue habiendo espacio para las artimañas de toda la vida, pero da la impresión de que los nuevos grandes como el City aún no lo saben. Grealish y Sterling fueron los únicos que intentaron engañar al árbitro. Los únicos irreverentes. Quizás por eso Guardiola los tiene en el banquillo. Demasiado indomables para su juego de posición.

Y ahora toca el monstruo final. El Liverpool. Un equipo inglés que tiene plan, pero que también sabe competir. Y que también tiene mística: le remontó una eliminatoria que perdía 3–0 al Barça y en 2005 una mitiquísima final de Champions al Milan de Ancelotti precisamente. Quizás sea el equipo que más se asemeje al Madrid en este aspecto. Pero nada. A lo nuestro. Que siga la inverosimilitud.

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Written by Néstor Arrabal Martínez

Periodista de formación y docente en proceso. Actualmente trabajo en la localización de videojuegos. Series cortas, películas largas y libros en papel.

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