El Madrid, un yo-yo en manos de Zidane

Vuelve el fútbol. Vuelve La Liga. Vuelve el Madrid de Zidane, ese entrenador que ha llevado al extremo la ya histórica capacidad de supervivencia del club blanco. Alabado por sus tres Champions consecutivas, el francés ni siquiera ha tenido la necesidad de implantar un estilo demasiado definido para triunfar. Porque claro, lograr el cetro europeo es sinónimo de sobresaliente en Chamartín, aunque el curso esté plagado de suspensos en los exámenes parciales.
Cuando Zizou cogió el equipo en la temporada 2015–2016 en sustitución del destituido Benítez, el equipo tuvo que remontar un 2–0 en los cuartos de final de la Champions contra el Wolfsburgo, un conjunto para nada acostumbrado a esas lides. Por no hablar de la final, en la que derrotaron agónicamente al Atleti gracias a la inoperancia de Oblak en la tanda de penaltis.
En la siguiente campaña, más de los mismo: se gana La Liga en la última jornada y la gran final de Champions frente a la Juve venía precedida de una fase de grupos para olvidar, una eliminatoria de cuartos contra el Bayern muy polémica y unas semifinales en las que estuvieron a punto de dilapidar una renta de tres goles frente al Atlético. El suspenso mayúsculo llegó en Copa del Rey, al caer eliminados contra el Celta de Vigo, que se impuso en el Bernabéu.
Como si se tratara de un yo-yo, el Madrid iba de arriba abajo constantemente, de la alegría saltaba a la decepción. Muy poco cambió tras el verano de 2017. Los pupilos de Zidane volvieron a tirar la Copa del Rey por la borda en unos horribles cuartos de final frente al Leganés y acabaron La Liga a 17 puntos de distancia del Barça. De nuevo, la Champions League volvió a impedir que la cuerda se rompiera, aunque a punto estuvo de quebrarse en varias ocasiones. El equipo acabó segundo en fase de grupos y tan solo un polémico penalti anotado por Cristiano evitó la debacle en cuartos. En las semis y la final, los blancos salieron victoriosos porque su portero costarricense fue mejor que los metas alemanes de Bayern y Liverpool. Quién lo hubiera imaginado hace unos años.
Finalizado el parón por la pandemia, la cuerda del yo-yo vuelve a estar a punto de romperse. En La Liga, el Madrid fue incapaz de mantener la ventaja de tres puntos que tenía frente al Barça antes del Clásico del 1 de marzo. La culpa la tuvieron dos tropiezos inesperados: un empate en casa ante el Celta y una derrota en el Ciutat de València. Adiós a todo lo bueno que había hecho el equipo. Luego el Bernabéu volvió a sonreír con la victoria contra el eterno rival y la reconquista del liderato, pero un decepcionante partido en el Villamarín volvió a condenarles al segundo puesto. A ver quién baja ahora al Barça de ahí.
Y eso no es todo. El tradicional fracaso en los cuartos de la Copa del Rey se consumó de nuevo. Como ya habían hecho Leganés y Celta en temporadas anteriores, la Real Sociedad asaltó el feudo de la Castellana. En la Champions, el segundo lugar en la fase de grupos los condenó a enfrentarse al City de Guardiola. La desconexión en el tramo final de la ida obligará a los blancos a una auténtica proeza en Manchester.
Pero, emulando a un entrenador portugués de cuyo nombre no quiero acordarme, ¿por qué? ¿Por qué parece que esta vez la cuerda sí va a romperse? ¿Por qué esa sensación de que no llegará la remontada frente al City? ¿Por qué no habrá la tradicional fiesta de final de curso de Zidane? Simplemente porque el disco del yo-yo cada vez pesa más.
En primer lugar, la planificación deportiva basada en apostar por los jóvenes ha salido bastante regular. Vinicius, Rodrygo, Brahim, Asensio, Reinier y los cedidos Kubo, Odegaard y Ceballos ocupan posiciones muy similares. Además, para jugar han de competir contra hombres como el recuperado Isco, el cumplidor Lucas Vázquez, el golfista Bale y el ansiado Hazard, que cada vez se parece más al galés por sus continuas lesiones.
No sucede lo mismo en la delantera, donde si no está Benzema apenas hay opciones: Zidane no confía en la fogosidad Mariano y a Jovic se le está poniendo cara de flechazo de verano. Florentino se enamoró perdidamente de sus goles, pero ahora se está dando cuenta de que para nada era su tipo. Los millones que costó el serbio se podrían haber invertido en otro centrocampista, pues con la venta de Llorente, Casemiro no tiene recambio. Menos mal que Valverde rompió el cascarón y se ha convertido en el todoterreno que tanto necesitaba Zizou.
El drama sigue en la parte de atrás. Carvajal está irreconocible, Odriozola se fue cedido al Bayern en una operación muy extraña y a Nacho empiezan a pesarle los años. En el eje de la zaga, parece que Varane ya no tiene ganas de jugar desde que ganó el Mundial en 2018 y Ramos es un ser superior que pierde la concentración sin motivo aparente. Varios de los goles que el Madrid ha encajado son responsabilidad directa del capitán. Todo esto cambiaría si Zidane les diera un toque de atención y sacara a Militao de titular, pero no hay manera. El portugués juega menos que el tercer portero.
Quien se atrevió a agitar el yo-yo para intentar quitarle un poco de tensión fue Solari. Sí, la cuerda se le rompió por todas partes, pero fue valiente y apostó por Reguilón en el lateral izquierdo. El canterano le arrebató el puesto a un Marcelo que, la verdad, ni defiende ni ataca, simplemente ocupa un espacio (y no siempre lo consigue). Zidane sigue confiando en el brasileño y ni siquiera un portento defensivo como Mendy ha conseguido hacerse con el carril zurdo de forma definitiva. Las otras apuestas de Solari fueron Marcos Llorente, vendido al Atlético, y Vinicius, al que Hazard parece haberle cortado la progresión. Y es que Zidane no solo está al borde de echar por tierra toda la temporada, sino también de condicionar la carrera de ese exceso de jóvenes promesas que hay en la plantilla.
Sí, Zidane está jugando con la física. Y con la fórmula que existe dentro del vestuario todo indica que el yo-yo no volverá a subir y acabará estrellándose contra el suelo, causando una lluvia de piezas que salpicará a más de uno. Pero, ya saben, Zidane es un mago. Y la magia no está sujeta a las leyes de nuestro mundo.